El Perú es una condición de existencia que nace en medio del mar, la tierra y los vientos, de los que todos los que nacimos aquí percibimos como parte de nosotros mismos. El mar, los vientos y la tierra vibran generando sonidos sueltos que sólo algunos privilegiados pueden construir armónicamente y convertirlos en melodías o sinfonías que todos los demás podemos escuchar, como obras de arte que son también nuestras.
Theodoro Valcárcel era uno de esos privilegiados, gracias a quien los sonidos que brotan en las vecindades del lago Titicaca o aquellos que se nutren de las piedras transformadas que cubren los muros de los palacios del Cusco, se convierten en bellas frases musicales de las miles de variaciones tonales que los poros de Valcárcel pudieron capturar y unir de manera tal que nosotros las pudiésemos organizar en nuestra percepción de los sonidos, como hermosas frases de un discurso sobre el mundo nuestro en el que vivimos.
No hay mejor referencia a nosotros mismos que aquella que brota de la música de don Theodoro Valcárcel, pues si bien está expuesta a los instrumentos llegados de todas partes, incluidos los que aprendimos a construir aquí mismo, no cabe duda de que el soplido de los vientos, rozando los pajonales de nuestras punas o los lienzos de los muros intangibles de Saqsaywaman, articulados con los múltiples silencios que entre ellos cruzan, se pueden sentir en la percusión y los silbidos de las quenas que se acompañan con las sutiles vibraciones de los charangos y los violines. Valcárcel convierte en música el tema de nuestra identidad sin acudir a otra cosa que la articulación de todo aquello que de manera desordenada suele presentarse en las diversas circunstancias dentro de las que nos toca vivir, particularizando, mediante los sonidos musicalizados, todo aquello que podría ser reconocido o identificado como parte de nuestra vida. Eso es la identidad de nosotros con el mundo nuestro. Eso es lo que la obra de Theodoro Valcárcel nos transmite.
Luis Lumbreras
Antropólogo y arqueólogo
A principios del siglo veinte, cuando el nacionalismo era una tendencia influyente en el arte peruano, y se discutía entre imágenes y sonidos cuál era el modelo de nación sobre el cual el Perú debía construirse, un nombre emergió por encima de los demás entre los músicos académicos de la Generación del novecientos: Theodoro Valcárcel. Fue la figura más descollante del movimiento musical indigenista, del que fue líder y su creador más talentoso, prolífico e innovador; de la talla de un José Sabogal en el mundo de la pintura, o de un Ciro Alegría en el ámbito de la literatura.
Su extraordinaria obra recién empieza a ser revalorada y se nos aparece como más contemporánea que nunca, optando por lo andino como la base de la nación, representado por la pentatonía, pero incorporando la modernidad, a través de sus armonías de influencia impresionista, para proponer un nuevo sentido de peruanidad. Sus obras pianísticas, vocales y orquestales se pueden tocar hoy en día como se leen los Siete ensayos de José Carlos Mariátegui, con el enorme dolor de encontrarnos con un país que arrastra los mismos complejos de antaño, pero con la alegría de encontrarnos con propuestas de nuevos tiempos y sueños.
Raúl Renato Romero
Etnomusicólogo
Theodoro Valcárcel, uno de los grandes patriarcas de la música peruana, es una figura indispensable de nuestra historia e identidad. Su música encarna los elementos más ricos de la herencia musical andina y su legado, que ha traspasado fronteras, debe mantenerse siempre vivo. Es por ello que aplaudo la iniciativa de la Orquesta Sinfónica Nacional y de su director, Fernando Valcárcel, quienes con este disco inaugural dan inicio a un ambicioso proyecto musical que estoy seguro será referencia imprescindible para todos los músicos y amantes de la música peruana, tanto contemporáneos como de futuras generaciones.
Jimmy López
Compositor
No hay ejemplo más digno de identidad nacional y de honestidad musical que Theodoro Valcárcel; de emisario cultural de nuestras raíces autóctonas a legatario universal. Artista de una poética musical renovadora y original en su tiempo, su lenguaje nos refleja su fascinación con el mundo altiplánico, inspirado por las imágenes de sus paisajes polícromos y del canto vernáculo. Sin caer en el usual chauvinismo arbitrario, su mundo sonoro abarca una amplia variedad de texturas y temperamentos que hacen de él un músico de referencia obligada en el repertorio latinoamericano del siglo XX. La grabación concienzuda y seria de este disco hace justicia y da reconocimiento a un compositor de trascendencia desapercibido indebidamente en nuestro país.
José Carlos Campos
Compositor
Al reconciliarnos con el Perú, Theodoro Valcárcel nos reconcilia con el mundo. Su música es el resultado de una vida que abraza todos los sonidos, con estancias en su Puno natal, luego Arequipa, Lima, París, Sevilla, La Paz. Se alimenta de Churata, de Tello, de los impresionistas. Los sonidos de la fauna y de la geografía del Altiplano también aparecen en sus obras. Es un compositor peruano que desde el Perú mira al mundo y asimila los sonidos más diversos. Obras como Suray Surita, la Danza del combate y Treinta y un cantos del alma vernácula son ejemplos de composiciones que tendrán siempre un lugar entre cualquier aficionado a la música. La aparición de este disco, gracias a los esfuerzos de Fernando Valcárcel y de la OSNP, es un modo de agradecerle por tanta vida y tanta música. Pero con una vida y una obra tan rica como la suya, el agradecimiento siempre será insuficiente.
Alonso Cueto
Escritor
Esa fecunda parcela del siglo XX que fue la que abarcó el despertar de la corriente nacionalista en América Latina, tuvo como algunos de sus más conspicuos representantes a aquellos que plasmaron el fértil cruce de caminos entre tradición y modernidad. La historiografía de la música latinoamericana ha constituido un canon, un parnaso de creadores, basándose en la amplia difusión que han cobrado ciertas obras y autores emblemáticos afincados entre los años 20-60 del siglo pasado. Allí están las conocidas voces de Alberto Ginastera (Argentina, 1916- 1983), Heitor Villa-Lobos (Brasil, 1887-1959), Alejandro García Caturla (Cuba, 1906-1940), Amadeo Roldán (Cuba, 1900-1939), Carlos Chávez (México, 1899-1978) y Silvestre Revueltas (México, 1899-1940). Y nacidas de sus plumas están esas brillantes partituras que son Estancia, las Bachianas Brasileiras, las Tres danzas cubanas, La Rebambaramba, la Sinfonía india y Sensemayá. Son, ahora lo sabemos, nuestros clásicos.
Un músico peruano contemporáneo de todos ellos, con menor fortuna en la difusión de su obra, nimbado con el aura de la bohemia, fugaz en su vida como García Caturla, Roldán y Revueltas -se fueron del mundo apenas rozando los cuarenta años de edad, en la flor de la creatividad-, visionario, audaz, con una intuición genuina de los caminos que debía recorrer nuestra música para que siendo moderna no perdiera peruanidad y siendo telúrica no dejara de ser moderna, lúcidamente sincrético en su asimilación de lo propio y de lo ajeno, fue Theodoro Valcárcel.
Se sacudió los lastres del romanticismo, abrió su sensibilidad a los encantos de la armonía impresionista y a la ruptura de la tonalidad, volvió la mirada al mundo andino ancestral -indígena, pero mestizo; mestizo, pero indígena- y encontró una voz original e inconfundible -semejante al logro poético de Carlos Oquendo de Amat-, la que reflejó en una obra que apenas ahora -en el proyecto discográfico de la OSNP que lidera Fernando Valcárcel- va encontrando los cauces para su difusión, las oportunidades para conocerlo y equipararlo con esas figuras mencionadas líneas arriba, para valorarlo a partir de lo intrínseco de su música, para encontrar en él al inteligente y agudo explorador de las muchas voces que conforman el Perú profundo. Como Chávez en la Sinfonía india, incorporó el instrumental andino al universo sinfónico; como Ginastera en Estancia, tradujo a sus partituras la riqueza rítmica de nuestra cultura -llena de síncopas que son una forma de sentir el ritmo y no de medirlo-; como Revueltas en Janitzio o Sensemayá, buscó que la armonía fuera más que la suma de notas, una emoción, una pasión; como en Roldán en La Rebambaramba, hizo aflorar una voz, un timbre, un color que el mundo occidental no conocía.
Parodiando el lema de que "nadie es profeta en su tierra", de Theodoro podríamos decir que él "no fue profeta en su tiempo". El no tuvo como Revueltas un Neruda que despidiera sus restos; como Alfonso de Silva un Vallejo que llorara su muerte. Pero el manto de silencio y olvido que durante tantos años se tendió sobre él empieza ahora a descorrerse. Casi tres cuartos de siglo después de haberse ido, es ahora cuando se plasma la postergada tarea de elevarlo al lugar que se merecía y en el que nunca estuvo gracias a ciertas mezquindades nativas. Que este proyecto discográfico sea el punto de partida para la recuperación del legado de Theodoro Valcárcel, el músico del altiplano puneño, el hermano espiritual de Amadeo Roldán y Silvestre Revueltas, el soñador de armonías presentidas.
Aurelio Tello
Compositor y musicólogo