Elogio de la música (o)culta

Publicado el 26/08/2021

celso garrido lecca

Por: Fernando Valcárcel

 

Tengo el inmenso honor de participar y exponer algunos pensamientos y consideraciones en esta ceremonia en la que celebramos la trayectoria de un artista y hombre de bien que, por sobre todas las cosas, persiguió un viejo ideal, común a todos los campos de la creación, propios y significativa e incidentalmente latinoamericanos, uno que venciera la forzada dicotomía de la modernidad y tradición. Esta circunstancia se ve con mayor razón en un contexto como el peruano en el que las paradojas, los procesos sociales inconclusos consuetudinarios y la anomia resultante de ello, evitan aún plasmar completamente las promesas de una unidad necesaria. En la música de Garrido-Lecca esta búsqueda ha sido ínsita. Premunido de una fuerte curiosidad artística, ya desde sus primeros años de creador sintió la necesidad de afirmación de una identidad propia, en perfecta asonancia con el espíritu de su tiempo. Su diáspora vivencial empieza desde los primeros años. Nacido en las tierras calurosas piuranas, empezó en Lima su formación musical muy temprano. Luego Chile y los Estados Unidos completaron su formación intelectual. Empero, ni su contacto con las modernas técnicas de composición ni su cosmopolitismo le hicieron olvidar el sentido del silencio de los paisajes desérticos costeños y su interés por el mundo andino. Allí están, como testimonio, los nombres de sus obras: Intihuatana, Elegía a Machu Picchu, Antaras; todas escritas en plena madurez artística.

Con frecuencia se citan tres períodos estilísticos en su biografía: la primera que va desde sus primeras obras de la década de 1950 hasta su salida de Chile en 1973. Años de asimilación de las nuevas técnicas contemporáneas de vanguardia. Asimismo, se dio sus primeros encuentros con la música popular principalmente con el movimiento de la Nueva Canción Chilena. Igualmente importante y de alcance estético trascendente fue su involucramiento en la composición de música incidental para teatro. A su regreso al Perú ese acercamiento quedó plasmado en diversas obras en las que combina el instrumental nativo con recursos populares, principalmente como resultado de diversos proyectos suyos reformadores del medio limeño como, por ejemplo, la creación del Taller de la Canción Popular del Conservatorio Nacional de Música. El lenguaje en esta época tiende a la búsqueda de la simplicidad, al juego abigarrado de las sonoridades consonantes y disonantes sin prejuicios de ningún tipo. Obras importantes de estos años son la cantata popular Kuntur wachana, las Danzas populares andinas, y Retablos sinfónicos.

En un tercer momento, el de síntesis, el lenguaje deja de ser presencia torturadora o excluyente y se convierte en expresión fiel de su estética y propósito; un medio y no un fin en sí. Son obras en las que aparecen elementos aprendidos en muchos años de experiencia y en los que brotan una serie de rasgos estilísticos ya suyos y discernibles. Esta nueva etapa empieza con su Trío para un nuevo tiempo. Aparecen luego otras: la monumental El Movimiento y el sueño; el inventivo Concierto para chelo; o ese brillante juego instrumental llamado Laudes II. También la Segunda sinfonía.

En la música de Garrido-Lecca los colores provenientes de sus elementos tímbricos, como hechos de arcillas de diversas procedencias; su rigurosidad sin caer en la aridez; su sentido formal en el que equilibrio y consecuencia van de la mano; su conocimiento y resolución instrumental; y su distintivo sentido del ritmo, causan la impresión de estar ante algo profundo y grave. Son como estructuras orgánicas que tienen un sentido propio de dirección poderoso. Crecen de un mismo impulso creador, el de su íntimo élan vital. En este universo de claroscuros y espacios, de reminiscencias y ecos, de “encuentros y homenajes” (en alusión al subtítulo de su Tercer cuarteto de cuerdas), la música parece venir del pasado. Tiene el sello de lo perenne. “Música que fue música antes de ser música”, en palabras de Alejo Carpentier.

"El efecto de oponer volúmenes de diferentes densidades y texturas... ­- dice el compositor chileno Juan Orrego-Salas -­ nos incita a una observación muy subjetiva: la de ver en ello reflejarse la imagen del macizo andino, más aún cuando el empleo del tone cluster (o bloque o racimo armónico) es tan característico de los músicos del área geográfica expuesta ineludiblemente a éste. Lo comparten como rasgo estilístico Celso Garrido-Lecca, Edgar Valcárcel, César Bolaños y Enrique Pinilla de Perú; León Schidlowsky y Gustavo Becerra de Chile, entre otros”. Estas palabras de Orrego-Salas intentan describir la impresión y rotundidad que causa la música de Garrido-Lecca y perfilan y caracterizan su lenguaje.

Otro aspecto que me gustaría recordar en esta oportunidad es su sentido ético y sus motivaciones. ¿Qué expresa la música de Garrido-Lecca? Una estética y un proyecto. Aún más: un universo. Escribió, como él suele decir, para dejar un testimonio sonoro de la realidad que le tocó vivir. En un artículo en una revista cultural, leo estas palabras suyas: “Cortázar dijo alguna vez que él escribía para dejar un testimonio de una época. Creo que éste es el factor principal que me mueve a componer. Hay en ello no sólo una posición estética sino también una posición ética que es asumida por la mayoría de los artistas de Latinoamérica”.

Compartí con el maestro Garrido-Lecca los años de mi etapa formativa en el Conservatorio Nacional de Música. Recuerdo que sus lecciones incidían abiertamente en la importancia de la articulación de un discurso expresivo, en el respeto y necesidad de exploración de las obras de los grandes maestros del pasado, en la búsqueda de la gran línea sonora a gran escala o puntos estructurales de referencia en el proceso creativo. Valoraba la honestidad en nuestras propuestas. Se podría decir que la belleza y la verdad fueron sus pilares. Aprendimos de su obra una actitud de compromiso ante la responsabilidad que conlleva la labor del compositor latinoamericano. Esta visión heroica enmarcada en tiempos de crisis fue su forma de hacer política. Nunca como con él se había dado un primer contacto tan descarnado con la realidad musical nacional, como cuando impulsó desde su cargo de director del Conservatorio el acercamiento a las raíces populares que pretendió la profesionalización del artista popular y, muy significativamente por otro lado, la toma de conciencia del estudiante académico ante su realidad circundante.

Uno de los temas recurrentes en su obra y en sus enseñanzas es el tiempo. En un sentido metafísico, su obra es perpetuo cambio. Y sus esquemas rítmicos, ajustados y derivativos. Me gustaría resaltar aquí otro aspecto poco señalado en su música. A Garrido-Lecca le debemos algunas de las más hermosas construcciones melódicas escritas en el mundo académico peruano. No sólo melodías a secas, sino organizaciones de alturas, impregnadas de desinencias propias, para emplear un término gramatical. Nos enseñó a cantar en nuestros propios términos, sin tapujos, y creo que esto será su herencia más perdurable.

Reescuchando su Elegía a Machu Picchu, encuentro en su música un propósito introspectivo, una tendencia al misterio, que es lo que siempre guarda toda gran obra de arte. Como en el poema de Martín Adán en que se inspira, crea realidades retóricas ontológicas. La consustanciación con la materia, el deseo de asirse a ella y desentrañarse. Un comentarista lo describe acertadamente: “Un diálogo desmesurado y circular con Machu Picchu, interlocutor que se convierte en un símbolo, por un lado de Todo y de Verdad, y por otro lado de Nada y de Invención”. Dice el poeta Adán:

La Soledad es como tu cielo,

Que no es tu ser… acaso, sí, tu estar.

En música, esto se traduce en la meticulosa ubicación de los silencios y en la alta subjetividad de sus texturas plásticas y en conflicto.

Pese a su pesimismo, su visión del compositor latinoamericano es la visión de la tarea por realizar. Alejados del peso secular de la tradición europea, el latinoamericanismo, caro a su esencia y que él tanto propugna, avanza con sus propias características, aún sin desprendernos del todo de su prístino modelo. Pero es un avatar compartido por muchos compositores nuestros. Es muy significativo que su Trío para un nuevo tiempo, construido, en parte, sobre un tema de la cantante Violeta Parra, represente la contraparte al pesimismo europeo (en alusión al Cuarteto para el fin de los tiempos, de Olivier Messiaen) y propugne el canto y la celebración de la vida como promesa mesiánica de nuestra existencia.

Termino estas breves palabras que han sido una muy apretada visión de la música de Celso Garrido-Lecca con el convencimiento de que ni los cambios físicos, ni geográficos, ni las dinámicas sociales, modificaron su visión, su compromiso o su sentido de la responsabilidad ante el material sonoro. Ello siempre se mantuvo atento al condicionamiento de sus elementos musicales como resultado de una perenne actitud reflexiva; al sentido crítico necesario en todo proceso creativo; y a la búsqueda de elementos que nos distingan como colectividad superando, al mismo tiempo, un mero impulso descriptivo y estrecho. La apuesta por la vanguardia resuelta, plena, en eterna libertad y espíritu lúdico.

 

Texto tomado del Laudatio para la ceremonia de premiación del maestro Celso Garrido-Lecca
Premio Southern – Perú, Medalla Adolfo Winternitz Wurmser a la creatividad humana 2015
Incluido como nota al disco Celso Garrido-Lecca. El movimiento y el sueño

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